EL DIOS DE NUESTROS ANTEPASADOS
¿ES EL MISMO PADRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO?
P. Eleazar López Hernández
Centro Nacional de Ayuda a las Misiones
Indígenas, Febrero de 2013.
Introducción
Cuando nuestras hermanas y hermanos indígenas
de base recitan en la Iglesia las oraciones cristianas que les han enseñado los
misioneros y agentes de pastoral desde la primera evangelización hasta nuestros
días, muchos utilizan nombres y atributos de Dios que son anteriores a la
llegada del Cristianismo. En consecuencia cabe preguntarnos si ellas y ellos
están pensando que Aquel a quien se dirigen sus rezos es el mismo Dios que
nuestros antepasados prehispánicos veneraban en estas tierras. Seguramente los
más apegados a la tradición antigua –porque la mantienen desde siempre o la han
recuperado recientemente- no dudarán en
responder que es el mismo Dios; pero
ciertamente los más allegados a la institucionalidad eclesial tendrán reservas
en sostener una certeza así de contundente. Y es que venimos cargando una
tradición doctrinal de la Iglesia que no ha hecho un diálogo explícito entre
ambas vertientes religiosas que conforman nuestra alma indígena de hoy y, por
eso, terminamos dependiendo en gran medida de los humores y veleidades que trae
cada pastor o servidor eclesial que llega a nuestras comunidades.
En ocasión de que ahora, en el contexto del
“año de la fe” –sea porque se nos solicita o por iniciativa propia- queremos
hacer traducciones de los textos bíblicos y litúrgicos de la Iglesia para que
sean comprendidos mejor por nuestra gente, se nos presenta la problemática y la
oportunidad de tener que establecer o re-establecer puentes de
intercomunicación entre el mundo religioso que nos llegó con los misioneros y
el mundo religioso que traemos por herencia de nuestras abuelas y abuelos de
muchos siglos atrás. En estas circunstancias nos salta de inmediato la
pregunta: ¿El Dios de nuestro señor Jesucristo es en verdad el mismo Dios de
nuestros antepasados? ¿Podemos establecer alguna conexión o continuidad entre
el credo ancestral de nuestros
pueblos y el credo cristiano? Estas
interrogantes son cruciales para lograr armonizar nuestra vida de fe y nos
desafían a recorrer los caminos e incluso ir más allá de lo que hicieron los
primeros intérpretes o lenguas que auxiliaron a los misioneros del siglo XVI.
En el pasado la presión de los
acontecimientos llevó a muchos intérpretes a defender la fidelidad a la Iglesia
en detrimento de la fidelidad a nuestros pueblos. Basta recordar a los famosos
“niños mártires de Tlaxcala” y a los “fiscales zapotecas de Cajonos” que, como
resultado de esta confrontación violenta, al ponerse totalmente del lado de los
misioneros descalificando la fe de sus mayores, fueron sacrificados por sus mismos
paisanos. Pero ahora estamos en condiciones de armonizar ambas fidelidades sin
menoscabo de ninguna de ellas porque, como dijo Juan Pablo II “se puede ser
cristiano sin dejar de ser indígena” incluso al rezar las oraciones y el Credo
de la Iglesia. Lo cual no es una tarea fácil, pero debemos asumirla con audacia
de espíritu y con prudencia pastoral.
1. Sentido del Credo como convicciones profundas de fe
El Credo de la
Iglesia es la afirmación incuestionable de las verdades que constituyen la base
fundamental de nuestra fe cristiana. Son los Dogmas que contienen lo esencial o
lo más profundo de nuestra propuesta como Iglesia. Es la herencia doctrinal de
los Apóstoles, que es irrenunciable y que nos mantiene en sintonía de mente y
corazón con todos los discípulos de Jesús de hoy, de ayer y de siempre. Pero no
se trata de certezas científicas, sino certezas de fe que proclamamos sobre
todo con nuestra vida.
Proclamar el Credo es
manifestar de manera contundente nuestras convicciones de fe ante aquellos que
nos piden razón de nuestra esperanza incluso si ellos no comparten nuestra fe. Y
en ese sentido a la expresión ‘credo’ en latín se le han dado características
únicas para comunicar esa profesión rotunda de fe que implica tanto la
seguridad de la mente como la convicción del corazón. Por eso, en orden a una
traducción adecuada habría que ver primero si en nuestras lenguas indígenas
existen palabras apropiadas para trasmitir el mismo contenido o habría que
innovar terminologías que ayuden a dar ese sentido del ‘credo’. Porque no
podemos olvidar que en el español que aprendimos, el término “creo” tiene más
la connotación de duda o incertidumbre que de afirmación contundente de
certezas (p.e ‘creo que va a llover’ que no está afirmando una certeza sino
sólo una probabilidad). De ahí la necesidad de ver si en náhuatl y en otras
lenguas indígenas existen términos equivalentes a esta firmeza del “credo”
latino o griego.
2. ¿Creo o creemos?
Es un hecho que tanto
la primera persona en singular como la del plural tienen antecedentes en la
tradición de la Iglesia desde muy antiguo. “Creo” en singular, ha sido la más
frecuente en la liturgia y en los actos canónicos pues enfatiza el
reconocimiento de la fe personal de cada uno de los fieles dentro siempre de la
comunidad cristiana; y se exige cuando alguien es ordenado o toma un cargo de
autoridad o de enseñanza oficial dentro de la Iglesia. En cambio “creemos” es
de menor uso pero hace énfasis en que la fe es de toda la comunidad y sólo
unido a ella los discípulos de Cristo la podemos proclamar legítimamente como
se hace con el “Padre Nuestro”.
3. Largo recorrido del Credo Cristiano; consensos en medio
de tensiones (herejías)
El Credo de la
Iglesia no se formuló de la noche a la mañana. Implicó un proceso largo de
diálogo intraeclesial a través de muchos debates y confrontaciones de
pensamientos influenciados inevitablemente por los tiempos y las culturas de
los fieles.
Ciertamente el
contenido fundamental del Credo se ha mantenido, pero su formulación se fue
modificando en el transcurso del tiempo, sobre todo, en los primeros cuatro
siglos de la era cristiana. En esa época se tuvieron que construir consensos
comunitarios a partir de las diferentes posiciones existentes en el seno de las
iglesias particulares, que no siempre pudieron compaginarse fácilmente. En
ocasiones se confrontaron de manera violenta y a veces se dieron divisiones
importantes de la Iglesia por causa de estas desavenencias dogmáticas. Los
perdedores que se separaron fueron considerados herejes y cismáticos por
los demás. De ahí nació la categorización de ortodoxias y heterodoxias[1]
para determinar quién está en la verdad y quién no. Pienso que sería bueno
volver a analizar hoy las razones de unos y de otros en esas confrontaciones
del pasado a fin de comprender mejor esa problemática del inicio del cristianismo
para aprender de ellas y para evitar los problemas que generaron.
4. Lenguaje usado en el Credo
Es claro que el
lenguaje usado en el Credo cristiano de los primeros siglos es el de la cultura
helénica de esos tiempos marcada por tendencias filosóficas contrastantes entre
el idealismo de Platón y el realismo de Aristóteles, pasando por muchas
variantes de otros filósofos menores que se enfrascaban en discusiones
interminables sobre la importancia que debía darse a las realidades materiales
frente a las realidades no materiales (Gnósticos y Agnósticos, Epicúreos y
Maniqueos, etc). Eso explica el uso de términos de la Academia como
“consubstancial” (homousios), “Dios de Dios, Luz de Luz” y varios más que
buscan dar a entender un poco del misterio insondable de Dios, a la vez Uno y
Trino; Trascendente y Encarnado. Para manejar ese lenguaje abstracto necesitamos
hoy el conocimiento previo de la filosofía griega, que ni siquiera todos los
primeros cristianos usaban de manera cotidiana.
Por eso, al mismo tiempo
que el Credo echó mano de las expresiones muy abstractas de la academia de su
tiempo, mantuvo también el lenguaje popular con metáforas muy sencillas y más
cercanas a la mentalidad de la gente mayoritaria del pueblo; por eso usaban
expresiones ligadas a la experiencia de familia como hablar de “Dios Padre”, “Dios
Hijo, nacido del Padre, engendrado no creado” y Dios Espíritu Santo visualizado
como dinamismo de amor que hace posible la unidad familiar.
Este lenguaje popular
es el que nos puede ayudar más a establecer conexión del Credo cristiano con la
fe de nuestros pueblos indígenas de hoy, cuyas metáforas sobre Dios son
bastante similares a esas categorías no refinadas del Credo
nicenoconstantinopolitano, aunque en el pasado las y los abuelos nuestros también
tenían el lenguaje abstracto. En ese sentido cuando hablamos de Dios Padre que engendra al Hijo, esto señala
ciertamente su carácter masculino, pero cuando decimos que el Hijo nace del
Padre, de hecho estaríamos hablando, como nuestros pueblos, de Dios más como
Madre, pues es de la madre que nacen los hijos. Claro que todo lo que decimos
de Dios no son más que metáforas o analogías para acercarnos un poco a una
realidad que rebasa nuestra comprensión humana.
5. Credo del pueblo de Jesús
Todos los israelitas,
desde pequeños recitaban en las fiestas judías y particularmente en la Pascua
el “Shemá, Israel”, donde se recuerda que Yahvéh es el Dios de sus padres,
porque los eligió como pueblo de su predilección en Abraham a fin de ser bendición
para todas las naciones; Él los sacó de la esclavitud de Egipto, les dio la
tierra prometida y de ellos hará brotar un reinado de justicia y de paz para
todo el universo. Es lo que plasmaron en el Antiguo Testamento donde también se
señala que Yahvéh Elohim es el Dios que creó el cielo y la tierra y a la
humanidad entera.
El pueblo hebreo recitaba
el “Shemá, Israel” no como un compendio de doctrina sino como el relato de su
propia historia de salvación conducida por Dios. Y eso que podría llamarse
“credo israelita” tenía dos expresiones: la popular a partir de las creencias
sencillas de las tribus y de los pobres, que giraban en torno a la palabra EL (Dios) que ponían al principio o al
final de muchas nombres y palabras (Elías, Eliseo, Eleazar; Rafael, Gabriel,
Joel, Daniel, Ezequiel; Israel, Betel, Penuel); y la refinada de la clase
sacerdotal (escribas, fariseos, doctores de la ley) en torno a la palabra “Yahvéh”, que no se debía pronunciar ni
representar en imágenes, pues no cabe en ninguna de ellas y más bien lo
desvirtúan; por eso eran iconoclastas, es decir, enemigos de hacer imágenes de
Dios.
6. Credo de Jesús
A través de su Madre
María (ver el canto del Magníficat en Lucas 1,46-55), Jesús bebió y vivió la fe
de su pueblo. Pero no siendo de la casta sacerdotal, él manejó más el credo
popular: Por eso lleg’o a expresar: “Yo te bendigo, Padre, porque has escondido
estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pobres y
sencillos” (Lucas 10,21). El credo de Jesús giraba en torno a la categoría “Abba”,
que quiere decir Padre, usada de manera muy familiar: “papá”, “papi” (Lucas 11).
En ese sentido los atributos fundamentales que Jesús le pone a Dios son la
bondad y la misericordia con el pobre y caído en desgracia (cf. Parábola del
hijo pródigo en Lucas, 15,11-32); y el involucramiento de Dios en la realidad
humana, hasta hacerse igual a nosotros en todo menos en el pecado; apareciendo
como campesino, albañil, comerciante, pastor, novio, esposo (ver el “Padre
Nuestro” y las parábolas de Jesús para hablar del la buena nueva del Reino de
Dios que siempre incluye un llamado de cambio radical: “Conviértanse y crean en
el evangelio”)
7. Credo de los Apóstoles
Las primeras
comunidades cristianas conocieron a Jesús a través del testimonio y la
predicación de los Apóstoles. Por eso ellas a su profesión de fe la llamaron
“Credo de los Apóstoles”, pues fueron éstos quienes les plantearon: “lo que
hemos visto y oído… eso es lo que les hemos trasmitido” (1Juan 1,1-5). La
preocupación inicial de estas primeras comunidades no era la formulación
doctrinal de un Credo sino el testimonio de una vida en fraternidad (Hechos 2 y
4). De ahí que no encontremos en los textos del Nuevo Testamento una
formulación amplia y explícita del Credo; solo testimonios de haber encontrado
la salvación en Jesús o doxologías como oración.
Sin embargo,
inmediatamente después de la época apostólica, los Padres de la Iglesia
iniciaron la elaboración de un Credo doctrinal que fue creciendo poco a poco
hasta alcanzar la dimensión que ahora tiene. De esa manera, en la Didajé[2]
o enseñanza de los Apóstoles (año 90 a 100 de nuestra era), como documento que
testimonia cómo los primeros cristianos del mundo griego celebraban su fe, se
pone como oración dentro de la plegaria eucarística lo que podría considerarse
el núcleo inicial del Credo cristiano:
“Tú, Dios omnipotente,[3]
por tu nombre, creaste todas las cosas”.
Entre los años 150 a
180, los Padres de la Iglesia –tanto griegos como latinos- ampliaron esta
formulación inicial sin quitarle lo conciso y sencillo:
“Creo en el Padre Omnipotente y en Jesucristo, Salvador nuestro, y en el
Espíritu Santo Paráclito, en la Santa Iglesia y en el perdón de los pecados”.
[4]
Otra fórmula
posterior era:
“Creo en Dios Padre Omnipotente, y en su Hijo Jesucristo
unigénito, y en el Espíritu Santo, y en la resurrección de la carne, y en la
Santa Iglesia Católica”. [5]
8. Los primeros credos formales
Entre los años 200 a
300, el Credo avanzó en su contenido y así tenemos la siguiente redacción de
San Rufino (romano), que coincide con el Psalterium Aethelstani (griego) con
once afirmaciones fundamentales:
·
Creo en Dios Padre
omnipotente;
·
Y en Jesucristo, su
único Hijo, nuestro Señor,
·
Que nació de María
Virgen por obra del Espíritu Santo
·
Fue crucificado bajo
Poncio Pilato y sepultado
·
Al tercer día
resucitó de entre los muertos,
·
Subió a los cielos,
está sentado a la diestra del Padre,
·
Desde ahí ha de venir
a juzgar a los vivos y a los muertos;
·
Y en el Espíritu
Santo,
·
La Santa Iglesia,
·
El perdón de los
pecados
·
Y la resurrección de
la carne. Amén[6]
Más adelante se le
añadió la afirmación 12: “y la vida
eterna” (Cf. Credo de san Cirilo de Jerusalén).
El Credo o Símbolo
Niceno propuso en Oriente (en lengua griega) la siguiente formulación amplia:
“Creemos en un solo Dios, padre omnipotente, hacedor de
todas las cosas, de las visibles y de las invisibles. Y en un solo Señor
Jesucristo hijo de Dios unigénito, engendrado de Dios padre, es decir, de la
sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no hecho, consustancial con el Padre, por quien fueron hechas todas
las cosas, lo que hay en el cielo y lo que hay en la tierra, lo visible y lo
invisible, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó y se
encarnó, es decir, fue perfectamente engendrado, de Santa María siempre virgen
por obra del Espíritu Santo, se hizo hombre, es decir, tomó al hombre perfecto,
alma, cuerpo e inteligencia y todo cuanto el hombre es, excepto el pecado, no
por semen de varón, ni en el hombre, sino formando para sí mismo la carne de
una sola y santa unidad, no a la manera que inspiró, habló y obró en los
profetas, sino haciéndose perfectamente hombre, porque el Verbo se hizo carne (Juan 1,14), no sufriendo cambio o
transformando su divinidad en humanidad, sino juntando en una sola su santa
perfección y divinidad; porque uno solo es el Señor Jesucristo y no dos; el
mismo es Señor, el mismo es rey, que padeció el mismo en su carne y resucitó y
subió a los cielos en su mismo cuerpo, que se sentó gloriosamente a la diestra
del Padre, que ha de venir con el mismo cuerpo, con gloria, a juzgar a los
vivos y a los muertos; y su reino no tendrá fin; y creemos en el Espíritu
Santo, el que habló en la Ley y anunció en los profetas y descendió sobre el
Jordán, el que habla en los Apóstoles y habita en los santos; y así creemos en
Él, que es Espíritu Santo, Espíritu de Dios, Espíritu perfecto, Espíritu
consolador, increado, que procede del Padre y recibe del Hijo y es creído.
Creemos en una sola Iglesia Católica y Apostólica y en un
solo bautismo de penitencia, en la resurrección de los muertos y en el justo
juicio de las almas y de los cuerpos, en el reino de los cielos, y en la vida
eterna”.[7]
9. Credo Niceno-constantinopolitano
Al celebrarse el II
concilio ecuménico en Constantinopla (381), - contra los macedonianos, eunomianos
o anomeos, arrianos o eudoxianos, semiarrianos o pneumatómacos,
sabelianos, marcelianos, fotinianos y
apolinaristas -, se llegó a la formulación final del Credo asumiendo la esencia
del Símbolo Niceno y expresándolo tal como lo tenemos hasta nuestros días en
sus dos versiones: en primera persona en singular (creo) o en plural (creemos).
Creemos (creo) en un solo Dios, Padre omnipotente,
creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles o invisibles. Y
en un solo Señor Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios, nacido del Padre antes
de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, nacido, no
hecho, consustancial con el Padre, por quien fueron hechas todas las cosas; que
por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió de los cielos y se
encarnó por obra del Espíritu Santo y de María Virgen, y se hizo hombre, y fue
crucificado por nosotros bajo Poncio Pilato y padeció y fue sepultado y
resucitó al tercer día según las Escrituras, y subió a los cielos, y está
sentado a la diestra del Padre, y otra vez ha de venir con gloria a juzgar a
los vivos y a los muertos; y su reino no tendrá fin. Y en el Espíritu santo,
Señor y vivificante, que procede del Padre, que juntamente con el Padre y el Hijo es adorado y glorificado, que
habló por los profetas. En una sola Santa Iglesia Católica y Apostólica.
Confesamos un solo bautismo para la remisión de los pecados. Esperamos la
resurrección de la carne y la vida eterna del siglo futuro. Amén [8]
Es evidente, como ya
expuse antes, que en la formulación del Credo que heredamos de los primeros
cuatro siglos de la era cristiana – en la que contribuyeron especialmente los
llamados Padres de la Iglesia, tanto griegos como latinos- la Iglesia quería
expresar en frases claras y distintas el contenido fundamental de la fe
poniéndola en las mejores categorías filosóficas del mundo griego en que se
hallaba inmersa entonces la mayoría de los discípulos del Señor. Esta actitud
dialogante con el helenismo, que significó en ese momento un gran avance en la
intelección de la fe, constituye posteriormente su principal limitante, ya que quedó
el Credo tan ligado a ese pensamiento que no se puede entender sin conocer y
manejar suficientemente la filosofía helénica de esa época específica de la
historia.
Para nosotros que nos
movemos hoy con nuevos paradigmas o herramientas de conocimiento, -especialmente
si queremos echar mano del lenguaje indígena -, nos queda la tarea de hacer
inteligible para nuestra gente el mismo contenido esencial de ese Credo de los
primeros cristianos. Para ello debemos asumir con la pasión y la prudencia
necesarias los desafíos que trae consigo el mundo cultural y religioso diverso de
nuestros pueblos originarios que están dentro de la Iglesia pero desean
mantener sus identidades particulares. Como señala el documento de Puebla, necesitamos
poner en marcha procesos serios de trasvasamiento
o inculturación del Evangelio conociendo a fondo el contenido del Credo
pero también la fe ancestral y las herramientas culturales y teológicas de
nuestros pueblos.
En esta tarea -que no
es sólo de traducir sino de inculturar entablando un serio diálogo
interreligioso- los sacerdotes y religiosas de extracción indígena jugamos un
papel de suma importancia y se nos reclama ser fieles a ambas partes del puente
de intercomunicación, que vincula la iglesia con nuestros pueblos, a sabiendas de
que en el pasado estos dos mundos culturales y religiosos han estado
oficialmente enfrentados y urge reconciliarlos en una nueva síntesis vital que
enriquezca a uno y a otro. En eso ya no
se vale pretender imponer uno en detrimento del otro.
Y como el mundo
indígena es el más débil en este proceso de diálogo se requiere previamente
incrementar en nosotros el conocimiento y valoración de ese mundo nuestro a fin
de que pueda encontrarse con el mundo eclesial que está más consolidado con
instituciones que lo promueven y defienden. Es la razón de ser de la siguiente
parte de mi presentación, donde hablaré un poco de la fe ancestral de los
pueblos mesoamericanos para suscitar interés y decisión de meterse a
profundizarlo.
10. El Dios de nuestros padres indígenas
Fuentes del Credo
Mesoamericano
Ciertamente a los
ministros oficiales de la Iglesia, aún siendo de extracción indígena, nos falta
mucho por analizar y, sobre todo por profundizar, en la teología fundante de
Mesoamérica, pero podemos acercarnos al Credo de nuestros antepasados a través
de los poemas teológicos de Netzahualcóyotl,
que recogen el pensamiento de los Toltecas,
y a través de los escritos de Bernardino
de Sahagún que retoman la investigación de los estudiantes del Seminario Indígena de la Santa Cruz de Tlatelolco;
y lo que queda del famoso Coloquio de
los Doce primeros misioneros franciscanos en el Anáhuac, que luego se
introdujo en el Nican Mopohua del relato guadalupano.[9]
Credo de
Netzahualcóyotl
Los principales
nombres y atributos que Netzahualcóyotl daba a Dios son:
·
Es
Dios único y verdadero (in huel nelli
téotl), que no vive en templos ni palacios, sino en el corazón de mi
hermano el hombre. Él está en todas partes.
·
Él
es Moyocoyani o Moyocoyotzin, es
decir, Árbitro Supremo de todo o Inventor de sí mismo; Él es Teyocoyani, es decir, todo fue creado
por Él y a Él nadie lo creó. Por todas partes es venerado
·
Él
es Ipalnemohuani, Dador de Vida,
Aquel por Quien Vivimos; Fuente de toda vida
·
Es
In Tloque Nahuaque, Dueño del Cerca y
del Junto.
Cada una de estas líneas del pensamiento de
Netzahualcóyotl comporta un contenido teológico amplísimo, que los sabios y
sacerdotes de aquella época trataban de dilucidar y dosificar para el conjunto
del pueblo sencillo. No tenemos muchos escritos de esas explicaciones de los Tlamatinimes, pero podemos olfatearlas en
los Huehuetlatolis y en los poemas de
Netzalhualcóyotl que las plantea en el contexto de las particulares
circunstancias de su vida como poeta, teólogo y dirigente político del pueblo:
A Dios lo relaciona con la verdad como raíz y fundamento de
todo, con la creación de la que Él/Ella es origen y fuente sin que esto lo
reduzca necesariamente al tiempo y al espacio, con la vida en cuanto que la da
y la sostiene siempre, con nosotros la humanidad, para la que se hace
presente y acompaña de una manera muy cercana.
Tensión teológica de Netzahualcóyotl
Aunque Netzahualcóyotl se queja de la
fragilidad de la vida en la tierra, pues parece como que Dios nos hubiera abandonado
en ella y nos enloquece haciéndonos anhelar las flores verdaderas que se hallan
donde Él está, Netzahualcóyotl termina reconociendo: “Tu corazón y tu palabra, Oh Padre nuestro, son como las cosas más
hermosas de la tierra. Tú compadeces al hombre que sólo un brevísimo instante
está junto a ti en la tierra… Con tu piedad y con tu gracia, Oh Dador de la
Vida, puede vivirse en la tierra. Aquí se muestra tu gloria, aquí vuelas tú y
te explayas como lucientes pájaros. Por eso éste es mi lugar, ésta es
cabalmente mi casa y mi morada”.
Netzahualcóyotl resalta la paradoja de Dios;
pues aunque Él/ Ella (Ometéotl) se
mantiene siempre trascendente, sin embargo su amor de Madre-Padre lo impulsa a meterse en todo lo que existe poniéndose a
nuestro lado, -adelante y atrás, a la izquierda y a la derecha, arriba y debajo
de nosotros- para comunicarnos y
asegurarnos la vida. Para nada es un Dios lejano y distante, aunque a menudo
pareciera jugar con nuestro destino en la tierra.
Credo Tolteca
Las ideas teológicas centrales de Netzahualcóyotl
retoman el pensamiento ancestral de los Toltecas que, un milenio antes,
elaboraron un credo profundo en base a lo más antiguo que tiene que ver con Ometéotl (Dios Dual o Dios de la
Dualidad) y con lo nuevo de Quetzalcóatl
(Serpiente Emplumada), Corazón del Cielo
y Corazón de la Tierra, metido en el cosmos y en la realidad humana. Esta
teología entiende a Dios al mismo tiempo como Yóhualli- Ehécatl (Noche-Viento) invisible impalpable, también como
Tloque Nahuaque, Señor/a del Cerca y
del Junto, la que/el que se mete en la historia de las personas y de los
pueblos; y se hace coate de nosotros.
Quetzalcóatl
se convirtió así en el paradigma teológico más refinado de los pueblos de la
cultura del maíz, que los llevó a las cimas mayores de desarrollo civilizatorio,
cultural y religioso durante la época anterior a la conquista.
Nos convendría estudiar más a fondo este
aporte teológico quetzalcoátlico que sigue vigente de muchas maneras hasta
nuestros días; porque con él nuestros antepasados elaboraron en el pasado
remoto las mejores propuestas de vida en armonía; porque con él recibimos la fe
cristiana y afrontamos hasta el día de hoy las circunstancias diversas de la
vida. El Papa Juan Pablo II reconoció que Quetzalcóatl es verdadera “Semilla del Verbo” (Discurso en el
Estadio Azteca de México).
Otros
Credos Mesoamericanos
Estos mismos contenidos están en los credos de
los demás pueblos mesoamericanos. Habría que rastrear lo que queda de ellos en
la memoria de los ancianos o en los mitos fundantes de los pueblos que se
conservan en relatos y leyendas que todavía se siguen contando o cantando. Del
pueblo zapoteca puedo testimoniar que lo que escribió Fr. Juan de Córdoba en su
Vocabulario Zapoteca (1578) al hablar de Dios, coincide perfectamente con ese
pensamiento de Netzahualcóyotl y de los toltecas. Ahí se dice claramente quién
era Dios para mi pueblo: “Dios vivo y verdadero,
que es padre de todos y que sustenta a todas las criaturas y las rige, que es
principio de las cosas y creador de ellas y él increado, que es infinito y sin
principio, regidor o gobernador con todos los atributos que a estos se ayuntan,
que pone término y límite a todas las cosas; Señor del inframundo, de las
lluvias, de los temblores de tierra, de los animales, de los niños, de la
generación, de las gallinas, de las riquezas, ganancias, dicha y ventura; de
las miserias y pérdidas y desdichas; de las mieses, de la caza, de los agüeros,
de los sueños y del amor”.[10]
Credo Guadalupano
Algunos investigadores piensan que
Netzahualcóyotl, por alguna razón tal vez sobrenatural, intuyó al Dios
cristiano. Lo que pasa es que toda esa corriente teológica que viene desde los
toltecas se halla en la misma perspectiva cristiana. Es lo que los teólogos
náhuas en el Coloquio de los Doce pretendieron dar a entender a los
misioneros y lo que posteriormente se rescató en la presentación de la Virgen
de Guadalupe a Juan Diego, cuando ella afirma: Yo soy la madre de:
Diálogo de los Doce
(C. 455; 360-370) en 1524
|
Nican Mopohua (26o. versículo)
En 1531
|
·
In vel nelli Teutl,
tlatoani,
·
In nelli
teiocoianij,
·
In nelli
ypalnemoani,
·
In nelli tloque,
nahuaque
·
In Ilhuicava Tlatipaque,
·
Ioa in mictlan
|
·
In Huel Nelli Téotl
Dios,
·
In Ipalnemohuani,
·
In Teyocoyani,
·
In Tloque Nahuaque,
·
In Huilcahua In
Tlalticpaque
|
Lo que los Doce no pudieron entender ni
incorporar en 1524, pues consideraban que en el credo indígena no se trataba
del mismo Dios cristiano, sino del Diablo, - a quien los macehuales tenían que ‘aborrecer, despreciar, pisotear y escupir’–
la Virgen de Guadalupe lo asumió sin tanto problema en 1531. Y es que, al
traducir la argumentación de los Doce al náhuatl, lo que los traductores hicieron
fue construir un puente de comunicación entre las dos propuestas religiosas
que, a la postre, hizo posible la articulación de ambas en una nueva síntesis
teológica; no rechazando lo indígena
para imponer lo cristiano, sino afirmando lo indígena identificado con lo
cristiano y viceversa. Al usar para la propuesta misionera los nombres náhuas
de Dios, es decir, al usar la teología náhuatl prehispánica para hablar del
Dios cristiano, se estaba incorporando en la Iglesia no sólo la terminología,
sino también su sentido. Y así en adelante In
Huel Nelli Téotl (el verdadero Dios) se aplicará al Dios de nuestro señor Jesucristo, y por lo
tanto, Él también es el verdadero Dador de la Vida (In Nelli Ipalnemohuani), el Creador de las personas (In Nelli Teyocoyani), el verdadero Señor
del Cerca y del Junto (In Nelli Tloque
Nahuaque).
Dada la cercanía y la similitud de las
concepciones teológicas mesoamericanas con el Credo cristiano, – que los
primeros teólogos indios metidos en la Iglesia inmediatamente percibieron - muy pronto se amalgamaron las dos vertientes
religiosas en la mente del indígena; no así en la mente del misionero. El Dios
de nuestros padres y abuelos seguía vivo en el Dios de Jesucristo. En adelante
todo lo que afirmaban los antepasados de Dios, se afirmará también del Dios
cristiano y de Jesucristo.
Este diálogo teológico impulsado o tolerado
por los misioneros, pero llevado a cuestas concienzudamente por los discípulos
del Seminario Indígena de Tlatelolco, rápidamente se extendió generando
procesos de yuxtaposición, sobreposición, sustitución y síntesis de las dos
vertientes religiosas que conformaron en adelante el alma de nuestros pueblos.
Fruto de ello es la llamada religiosidad popular de clara factura indígena,
pero compartida también por mestizos y hasta por buena parte de la población no
indígena de México, de América Latina y el Caribe.
Paradigma
del credo zapoteca
Pongo como anexo el siguiente Credo
prehispánico zapoteca recogido por Fr. Juan de Córdoba en el Vocabulario
Zapoteca de 1555 y de otras investigaciones y conclusiones recientes. Este
credo, con ligeros ajustes, podría recitarse también hoy al interior del
Cristianismo:
Credo
Zapoteca
·
Creo en Dios vivo y verdadero,
Aliento eterno de vida,
Madre-Padre de todas y de
todos,
que sustenta a las creaturas
y las rige.
·
Creo en Quien es Origen de las cosas y
Creador de ellas;
Dios infinito, increado y
sin principio;
Regidor y Gobernador de todo
cuanto existe;
que tiene todos los
atributos para poner término y límite a las cosas.
·
Creo en Quien es Señora y Señor de los
temblores de tierra,
Dueña y Dueño de los
animales grandes y pequeños, incluidas las gallinas.
·
Creo en nuestra Madre y Nuestro Padre, que
siempre está cerca y junto de nosotros, para unir sangres y proyectos de vida
de las personas y los pueblos.
·
Creo en Quien es Dios-Diosa de los niños y de
la generación humana;
Dadora-Dador de riquezas,
ganancias, dicha y ventura;
y también de miserias,
pérdidas y desdichas.
·
Creo en Quien es Señora-Señor del relámpago,
del trueno y de la lluvia;
Quien hace fecunda la tierra
y da el maíz, las mieses y la caza.
·
Creo en Quien es Señora-Señor del inframundo
y de los muertos,
y tiene en sus manos el
futuro y los sueños de todas y de todos.
·
Los zapotecas le llamamos Pita’o, Cosijo, Cozobi, Cozana;
y
también Quelatziino’, Leracuece, Pezela’o, Coquela;
pero tiene muchos otros
nombres que lo vinculan a la Vida que no se acaba.
·
Creo, además, que es el mismo Dios de Amor,
que nuestro Señor Jesucristo
nos vino a revelar en la plenitud de los tiempos.
Algunas conclusiones
La
tarea que nos incumbe a pastores, religiosas y sacerdotes de la Iglesia, que
venimos de las comunidades indígenas, no puede reducirse a la traducción de la
propuesta cristiana en categorías autóctonas entendibles para nuestros pueblos.
Ese es, ciertamente, un servicio necesario que resulta de nuestra pertenencia a
la institución eclesiástica, para ayudar a la comprensión y manejo de lo que
nos ha llegado de fuera. Hace falta también dar a conocer en la Iglesia el
pensamiento religioso de nuestros pueblos, de manera que también sea valorado y
asumido en las instancias eclesiásticas. Así como debemos fidelidad a la fe
cristiana, también debemos fidelidad a la fe de nuestro pueblo. Y hemos de
superar la falsa idea de que son planteamientos totalmente incompatibles. Ya es
tiempo de que nos preparemos para estar en condiciones de probar en la Iglesia
que existe similitud, sintonía y complementariedad entre la búsqueda milenaria
de Dios, que han llevado a cabo nuestros pueblos, y los contenidos de la
revelación de Dios en la Biblia y en Jesús de Nazaret.
Antes
de empezar a traducir lo que viene de la Iglesia nos hace falta conocer y
comprender lo que viene de nuestros pueblos. Antes de querer traducir el Credo
de la Iglesia, debemos reconstruir nuestro Credo indígena. Sólo así podremos
ser puentes de intercomunicación que sean aceptables para ambos mundos
religiosos. Los primeros traductores indígenas de los misioneros del siglo XVI así
lo hicieron o, al menos, lo intentaron a pesar de las dificultades enormes que
tuvieron que afrontar para esta tarea estando ellos en condición de pueblo
vencido. Incluso, cuando tuvieron que afirmar lo que decían los misioneros
respecto a que el dios indígena no era verdadero Dios, echaron mano de la
teología más antigua de su pueblo no negándola sino mostrando que todo lo que decían
los antepasados de Dios se aplicará en adelante al Dios cristiano. Y esa
metodología que veladamente introdujeron estos primeros intérpretes fue desarrollada
más ampliamente y sin tanto recelo en el relato de las “apariciones” de la
Virgen de Guadalupe”. Retomemos esa práctica de traducciones hoy y llevémosla a
su máxima expresión en un serio diálogo interreligioso, como recomiendan los
obispos en Santo Domingo, con las religiones indígenas y afroamericanas que
perviven en nuestro continente (SD 248).
[1]
Estas palabras se refieren a la expresión válida o verdadera de la fe
(orto-doxia) y a la expresión no válida o errónea de la fe (hétero-doxia).
[2]
La Didajé o enseñanza (de los Apóstoles) es uno de los textos más antiguos de
la cristiandad que da testimonio de lo que decían y hacían los primeros
cristianos. Ver Enchiridion Patristicum, Rouët de Journel, Herder, España 1969.
[3] Usa aquí la misma expresión “Déspota
Pantocrator” que sus
coterráneos utilizaban para hablar de Zeus o Júpiter Tonante.
[4] Ver
El Magisterio de la Iglesia, Enrique Denzinger, Herder, 1963, página 3.
[5] Ibidem
[6] Ibidem
[7] Ibidem
[8] Ibidem
[9]
Ver los
siguientes libros: Historia General de
las Cosas de Nueva España, Fr.
Bernardino de Sahagún, Editorial Porrúa, México, 1999; Coloquios y Doctrina Cristiana, Fr. Bernardino de Sahagún, UNAM,
México, 1986; Netzahualcóyotl, Vida y
obra, José Luis Martínez, Fondo de Cultura Económica, México, 1972; El Nican Mopohua, un intento de exégesis,
José Luis G. Guerrero, Universidad Pontificia de México, 1998; Para Comprender el Mensaje de Guadalupe,
Clodomiro Siller Acuña, Editorial Guadalupe, Argentina, 2002.
[10] Fr. Juan de Córdova,
Vocabulario en Lengua Zapoteca, 1578, páginas 140-141
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